De vuelta al palacio.

Agonicamente vivía estos últimos días metido en palacio. Las quejas de los aldeanos me llegaban cada dos por tres, quejándose del vandalismo de la ciudad, la guardia real no era capaz de sofocar este hecho, por eso, algunas veces debía hacerlo yo con mi propia magia, algunas veces salía bien, por no decir siempre, aunque otras bastante mal, dado que mis soldados, no tienen la misma capacidad mágica, ni la defensa que tengo yo, lo que me falta, es fuerza, cosa que no necesito para nada, utilizo un boomerang como arma y mi magia, lo más importante que puedo utilizar para llevar un reino sobre ruedas.
Las audiencias reales eran la cosa que más odiaba de mi trabajo, aldeanos sin nada que hacer venían a proponer cosas o a quejarse de otras, cosas mundanas, yo tenía que atenderlas, dado que después, me tocaba ami darles una compensación o simplemente, arreglar los desperfectos de la sociedad de mi reino.
Continuos suspiros de aburrimiento salían de entre mis labios escuchando las continuas quejas de los aldeanos, no me interesaba mucho saber de su vida. Parte de mi atención se centraba en el gran reloj que había encima de la puerta por donde se salía del salón del reino, y el resto en las pobres personas que venían a contarme sus penas. Estaba deseoso que acabase ya la audiencia, pero quedaba a lo menos como una hora y pico, lo que me deprimía con solo pensarlo. Pero una noticia me alarmó bastante. Un guardia real, el capitán, entró por la puerta de forma muy apresurada y se posó delante mía haciendo una reverencia. Yo me levanté del trono y me quedé en frente de él. Este se levantó poco a poco y se acercó a mi oído susurrándome unas palabras las cuales, hicieron que mi corazón rebozase de alegría.
Alcé la vista hacia el reloj y la volví a bajar hasta las personas que estaban allí. Sonreí para mis dentros y bajé poco a poco las escaleras de mi trono hasta llegar al suelo, dejando así claro, que la audiencia había acabado.

- Mañana o más tarde seguiremos con esto, no desesperéis, es un caso importante lo que tengo que hacer. - dije sin mediar más palabras, comencé a caminar hasta el gran portalón de la sala del reino. Pasé por este y bajé de manera apresurada las escaleras de el palacio, saliendo por la puerta principal, traspasando los grandes y amplios jardines hasta la verja principal, por la que se iba en un pequeño caminito hasta la aldea. La caminata no duró nada, se podría decir que casi llego corriendo con esas ansias locas de volver a ver a mi hija. Posé mis pies sobre la aldea y vi a toda la gente arremolinada ante algo o alguien. Comencé a caminar de forma imponente hasta allí, haciéndome paso entre la gente, sin ser brusco hasta quedarme frente a frente delante de Etsuko.

- Bienvenida, hija. - dije acercándome un paso más abrazándola. Contuve algunas lágrimas de emoción al ver que estaba sana y salva, menos mal... si no, me daría algo, lo juro.

Saltos de alegría daba mi corazón, chocando contra todas las paredes de mi organismo, de la felicidad que tenía en mi interior. A lo largo de mi vida, había perdido a toda mi familia y seres queridos, mis abuelos, mis padres... Vanille... y no quería perder a nadie más, por eso, cuando ella se fue dejándome solo, me dolió en el corazón de una forma muy fuerte, pero ahora que volvió, todo dentro de mi está a la normalidad, tenía esa cierta temerosidad de que muriera por el camino algo parecido, así había pasado con mi hermana, y hacía falta que se volviese a repetir de nuevo la historia. Me separé de ella y suspiré, como quitándome un peso de encima, de una vez por todas, esa carga interna había desaparecido. Algunos aldeanos se habían quedado algo emocionados por la emotiva escena padre-hija que había surgido. Apoyé mis manos en mi cintura y sonreí jovial, como si no hubiese pasado nada.

- Eso espero ¬¬ si lo vuelves a hacer, te quedarás de por vida en tu cuarto. - dije de una manera un poco infantil, haciendo algo de gracia, comportamiento no adecuado para un rey, pero que mas dará, nadie tenía quejas con mi forma de gobernar ( o casi nadie ) ni con mi forma de ser, aunque, si lo hubiese, tampoco me importaría demasiado, a no ser que se formen revueltas por este hecho. Los aldeanos comenzaron de nuevo la pequeña fiesta que habían formado por la llegada de la princesa, yo seguía sonriente como siempre, con esa cara de inocencia de " No he roto ningún plato en mi vida " que siempre llevaba, era inevitable, me salía del alma, aunque realmente, nunca rompí un plato... pero si algo más que eso.

- Volvamos a palacio Etsuko, quiero que me cuentes tu aventura. - dije agarrándola de la mano, comenzando a caminar otra vez, abriéndome paso entre la gente, haciendo que estas hiciesen un pasillo, por el cual, nosotros pasamos mientras los aldeanos seguían alegres.